Irreverente, indomable y divertido. Así es Alonzo Vega, el artista que no se considera artista porque no encaja con el prototipo intelectual que muchos artistas adoptan. Sin embargo, su pasión siempre pudo más, y un día, inspirado por el deseo de desafiar las reglas y alterar el orden establecido, decidió aventurarse en el mundo del arte sin una educación formal en el campo.
Fiel a su estilo, se dejó enamorar rápidamente por el street art y el pop art, movimientos artísticos que lo conquistaron porque no pedían permiso. “El arte callejero invade. El pop art se burla. Ambos van directo al nervio. Y yo funciono así también. No me interesa el arte que busca aprobación académica. Me interesa el que incomoda, el que entra sin tocar la puerta y dice: “esto es lo que hay”, y luego se va sin dar explicaciones”, afirma.
Festín visual sin normas
Su primer acercamiento con el arte, como muchos, fue cuando era niño. “Dibujaba lo que se me ocurría y probablemente lo hacía mal”, recuerda. Pero empezó a pintar en serio a los 28 años. Su planteamiento fue dar rienda suelta a su imaginación y expresar sus ideas sin restricciones. Con el tiempo, desarrolló su propio estilo, fusionando varias influencias que eventualmente se convertirían en su firma artística.
Al principio, como confiesa, se copiaba de un solo artista. “Ahora me copio, e inspiro, de varios al mismo tiempo. Es como hacer zapping en un museo y que todos hablen a la vez. Los junto, los mezclo, los confronto. Y me río. Porque lo que pintaron ellos ya está hecho. Y lo que hago yo es jugar con esa memoria colectiva”.
El escritor Jonathan Lethem dijo que cuando la gente llama a algo original, nueve de cada diez veces simplemente desconoce sus referencias. Toda obra creativa se basa en lo anterior. “Nada es completamente original. Pero puede ser auténtico”, agrega.
Si bien cada una de las piezas de arte de Alonzo tiene una historia, él no la cuenta para enamorar, ni para competir con sus colegas. “Me basta con que la obra te mire, y tú no sepas si reírte o preocuparte”.
Paternidad consciente
Su faceta paternal es la otra cara de Alonzo. Alonzo y Augusta son sus verdaderas obras de arte, las que atesora con toda su alma. “Ser padre es tener amor incondicional por otro ser humano”.
Desde que nacieron, el artista lleva un diario con todo lo que hacen juntos. Escribe, graba y guarda fotos. Así es como les va dejando una bitácora de su historia compartida. “Los crío a imagen y semejanza. Eso implica tener responsabilidad y mucho cuidado. Ellos son mis mejores lienzos. Y hay que tratarlos con todo el amor del mundo”.
Como dice, con un hijo, todo cambia: quieres que le vaya mejor que a ti mismo en todo. A Alonzo quiere enseñarle todo lo que está a su alcance, aunque a veces es mucho, y le cuesta entender que todo tiene su momento.
Con Augusta, es otra energía. “Aún no sé cómo voy a decirle que “no”. Sé que algún día los celos me van a tocar la puerta… y dudo estar preparado. Pero mi hijo mayor, que está en clases de jiu-jitsu, él sí lo estará”.
Con la esencia que lo identifica, Alonzo no tiene ningún plan a futuro. “Yo prefiero caminar un poco perdido. A veces estoy al borde, a veces en un barranco, a veces ante una vista espectacular. Pero siempre con mi brújula. Y confío en que incluso el caos, tiene dirección”, culmina.