Cristóbal; la primera novela de Gabriel Núñez del Prado

Este libro, «Cristóbal», si uno lo viera, pensaría en un anacronismo, en un performance. Nada que ver, este libro es una reivindicación por el tiempo y del libro en tanto memoria que ocupa un espacio más allá de los libreros. El libro en cuestión nació bajo el signo de la casa de Géminis, en el marco de lo que uno podría sospechar como extrañas circunstancias. Apareció en este año del dragón, en una edición limitada de 201 ejemplares publicada en la capital de la pérfida Albión, Londres, la antigua Londinium de los romanos, allí donde un autor peruano, autoexiliado entre libros que lee en voz alta por las mañanas, escribió este libro que va hilando una trama de relatos hasta conformar una estructura unitaria cuyos mensajes se corresponden a sí mismos. Ilustrado maravillosamente por la mano del artista peruano-español José Manuel Barahona Pérez, cuyo trazo pareciera dilucidar cierto simbolismo esotérico acaecido siglos atrás, el libro en cuestión es en su conjunto una obra unitaria. Nada en el libro está fuera de lugar, desde el diseño, la tapa dura de tela, las ilustraciones como el mismo estilo de escritura, todo él resulta inquietantemente atemporal. En lo formal estamos ante una novela de recia complexión y estética inmaculada:

«Mi nombre son tres nudos en una cuerda bicolor que cuelga de un cielo austero. Mi nombre es un espejismo incrustado en el pecho de un niño muerto»

O como en este otro ejemplo que más que prosa, resulta al oído joyería: «Aurelia se veía resplandeciente frente a la luz y sus ojos turquesas parecían más claros que las abundantes hortensias celestes que descollaban entre azucenas blancas de un florero inmenso de Murano azul». En fin, podemos hablar de ésta como una novela de misterio salpicado de frases en quechua, con detalle en las descripciones y alusiones a cierta intertextualidad. Tal vez su mayor peso recae en lo mítico que supervive en la tradición y en aquellas creencias que la sostienen.

El libro en cuanto misterio. La obra de Gabriel es también una reivindicación de una literatura sin apuros, con un lenguaje sereno, alimentado desde la fuerza de la oralidad de las palabras, todo dentro del marco de una estructura formal de relatos y poemas que confluyen en un viaje de autodescubrimiento emprendido por su protagonista, Cristóbal.

La historia empieza con copias facsímiles, una carta del encargado de asuntos consulares de la Cancillería de Perú, la otra un recorte de noticas en inglés con sabor a sangre. La primera es una carta, arrugada, rota en la parte de la fecha y manchada de tinta negra, la cual nos alcanza, en un estilo que recuerda a José Camilo Cela, una pista que ya atrapa nuestro interés: la muerte de Cristóbal, el protagonista. Se mencionan las pesquisas para esclarecer unas circunstancias que precedieron a su muerte y a la de un misterioso ciudadano norteamericano en Londres, cuya identidad no ha sido revelada. La carta es un elemento fuera del texto que remite a su vez a este, lo cual en lo estructural resulta un recurso inteligente, todavía más si sumamos el peso agobiante de una carta tan diplomática como fría dirigida a la madre del protagonista.

El otro elemento a extra muros del texto, es el recorte, pequeñísimo, de una noticia en inglés que pareciera condenada desde su anuncio a un olvido adrede. Double murder or couple suicide? La noticia refiere las inexplicables muertes en un ático en Londres, envueltos en lo que parecería ser un ritual. Ya de por sí este comienzo antes del comienzo nos empuja a abordar esta novela en la temática del misterio. De inmediato al comenzar a leer encontramos un epígrafe de oración en quechua, unos poemas en prosa referentes a las palabras y su potencia en cuanto a invocar. Luego una descripción de un espacio y lo que parece ser el origen que desencadenó una serie de sucesos que concluirían años después en ese recorte de noticias y la carta a una madre.

Cuando Wharton, un inglés acriollado, padre de Cristóbal, descubre la presencia de un monolito enterrado en su propiedad mientras hacía construir su casa, manda a sepultar el hallazgo, desoyendo los consejos de Hermenegildo, un trabajador ( posible símbolo de la pre modernidad), sobre las consecuencias que podría acarrear dicha acción. A partir de este retrato de una Lima ferozmente moderna que depreda su pasado, se desencadenará una serie de sucesos que conducirán a su protagonista Cristóbal, encarnación del limeño global, quien al poco de terminar la universidad en Londres y retornar a Lima, encontrará a través de una serie de vivencias más allá de su control, el camino que determinará su destino, en un viaje a lo profundo del misterio humano.

Un libro como secreto. El libro presentado en Lima el día 7 de agosto, entre familiares, amigos y representantes del mundo artístico y empresarial peruano, en el Country Club, resultó en sí mismo una especie de escenificación de un cuento de G.K. Chesterton, cuando el autor, Gabriel, interrumpió su discurso y compartió con todos una intrigante declaración: «Les voy a contar un secreto. Todos ustedes aparecen aquí ».

El libro en cuestión, que ya de por sí llama la atención por su presentación de libro impreso en un formato de la década de 1920, con tapa dura y de tela (tela real y no sintética), con un tiraje de 201 ejemplares, de los cuales solo llevó el autor a Lima un puñado, parecen insinuarnos un misterio que salta de las páginas de la ficción a la realidad.

Dedicado a esos amigos y familia, gente que forma las paredes de una vida, las cuales podrán verse así mismas entre las rendijas de la metáfora, de aquellos secretos de a dos, aquella complicidad que forman la amistad, el retrato de un vínculo. No sé puede ser indiferente cuando se habla de ti, y más aún en forma de acertijo. De saberte allí y adivinarte: ¿Seré yo?

Foto: Natalia Peschiera Picasso con el Huayna Picchu atrás

¿Y quién es Cristóbal? Ese misterio envuelto en niebla que va de Lima a Londres, en un año que podría ser cualquiera. Acaso la metáfora de otra metáfora. Por otra parte el libro mismo, desde lo físico, es una tajante declaración de intenciones en cuanto un libro de raza que pareciera decirnos: he venido para quedarme.

Un libro grueso de esos que pesan, que no caben en el bolsillo porque no son lectura de bolsillo y que se niegan a ser cargado con otro libro. Su presencia sea en una librería a orillas del Támesis o en el librero de una casa en Miraflores, es algo concreto. Sólido como un monolito, ocupa el espacio con rotundidad. No es la mirada nostálgica al pasado sino la reivindicación de existir y seguir existiendo. Porque lo feo que tiene lo moderno es que no tiene intención de durar. Lo bueno de este libro es que deja claro que no complace la banal moda de lo circunstancial.

Un libro se escribe para dos personas: su autor y su lector. A veces son los siglos los que saben encontrar a su lector. En el cementerio de los libros no leídos, esos que esperan la oportunidad que ofrece el tiempo, yacen papeles deshechos, yace la tinta desvanecida. Aquí hay un libro publicado con la intención de alcanzar a su lector, sea que este vivo ahora o dentro de trescientos años, no hay prisas. Esa es la ventaja material de un libro de verdad.

La suya, la de Gabriel, es una historia de amor por los libros, su olor, su textura. Como quien construye una casa, el poeta Gabriel exige a través de la materialidad de su libro el derecho de éste a existir y tener su lugar en el tiempo.

Les comparto un secreto. El libro está aquí. Un libro cargado de simbolismo y de poemas. Un libro que se corrigió a medida que se leía en voz alta, buscando la sonoridad precisa que invoque la magia encerrada. Y por supuesto el autor tiene su musa, Natalia Peschiera Picasso.

El libro como cuerpo. Apenas tuve en mis manos a «Cristóbal», hube de sentir a todos los libros, buenos y malos por igual en las librerías, como carne de cementerio. La calidad y cuidado de su impresión manifiestan su amor por los libros, el de un amor que dure. Aquí un breve análisis del libro moderno y su peligrosa situación en el tiempo. El papel barato de nuestros libros en la actualidad contienen las semillas de su propia destrucción. El proceso incluye la elaboración de pulpa de madera al sumergir la materia prima en ácido clorhídrico (la pasta de madera contiene compuestos que disminuyen el pH del producto final, como la celulosa hidrolizada). El papel resultante suele contener restos de ácido luego de ser prensado y secado. Esto significa que el papel se desintegra lentamente por acción del ácido. Sin importar que tanto empeño se ponga en su almacenaje, los libros modernos después de unos siglos acaban siendo polvo.

Roberto Quijano. Auxiliar en biotecnología y traductor menciona sobre este problema:

«¿Se podrían imprimir libros en papel libre de ácido? Tal vez. Los libros impresos por la metodología offset podrían aguantar; la tinta usada en esta metodología es bastante estable. Mientras que en el caso de los libros impresos por métodos digitales; la tinta es inestable y en contacto con el oxígeno se degradará con el tiempo, así que en mil años terminarías con una estantería llena de libros en blanco (Existen algunas tintas digitales que podrían servir para crear un archivo duradero; pero son comúnmente usadas para hacer impresiones artísticas tipo giclée, no para hacer libros). La estructura de los libros tampoco es tan duradera. El adhesivo usado para hacerlos tiende a secarse y desintegrarse con el tiempo, así que, incluso si las páginas del libro aún fueran legibles, este se deshojaría en cuanto lo abrieras.»

Percival Chang, lector de artículos de investigación científica también menciona sobre la durabilidad del libro moderno:«Depende del papel y la calidad de la tinta, yo tengo y he tenido libros con más de medio siglo y en general, si son de libros de bolsillo (de usar y tirar), la tinta de las letras va desapareciendo, tengo uno en el que se ve claramente que las letras han disminuido de grosor e incluso unos pocos renglones han desaparecido. A partir de los 80 años el papel se hace frágil, si no es una edición de calidad, pero tengo dos o tres libros de más de cien años, editados con muy buena calidad, que se han conservado muy bien. También hay que recordar que los libros de la Antigüedad y la Edad Media se hacían con materiales mucho más duraderos que hoy en día, ya que no se producían en serie industrialmente, como ahora.»

Lo planteado lleva a otra pregunta. ¿Qué libros del siglo XXI se leerán en el siglo XXIV? Qué libros aguantaran los años y llegarán si quiera al siglo XXII? En esta época líquida y apurada pocos se percatan de lo esencial. El tiempo.

En nuestra época predomina la lectura digital, sin embargo la lectura en papel logra que la comprensión sea más constante que leer el texto en una pantalla, debido a que en ésta última desaparece más rápido de la memoria. Se considera que la comprensión es más superficial y existe una desconexión multisensorial por el fenómeno de una lectura en pantalla.

En el plano editorial por otra parte, hay evidentemente primeras buenas acogidas de ventas de los libros. Sin embargo la carrera de un libro es una carrera a largo aliento. Chris Fox, un autor independiente americano de novela de ciencia ficción escribió un libro sobre como “volver” a lanzar un libro. Según Chris, el ciclo de vida de un libro es de tres años (en el mundo anglosajón de “la comida rápida” quizás no tan aplicable para el mercado español), cuando potenciales lectores vuelven a poner la vista en tu obra con ojos frescos (fresh eyes). Su libro “Relaunch Your Novel: Breathe Life Into Your Backlist” ofrece muchas ideas de como volver a lanzar un libro, como por ejemplo cambiando la portada para hacerlo más atractivo a potenciales lectores o dándole una vuelva de tuerca a la sinopsis. Y no olvidarnos que estamos acostumbrados a que las novedades editoriales duren entre dos semanas y seis meses como muchísimo en las estanterías. Pero la literatura no sigue esos tiempos. La literatura de verdad es tiempo y para ello necesita tener un cuerpo que aguante. Una novela cuando es buena, no muere.

Impresiones de un lector. Yo señor, no soy poeta, soy hombre corriente que gusta agarrar su corazón y con la navaja hacerle tajos.Ésta es la hora en que el poeta destila su secreto. Sobre un horizonte que se deshace, una nube de marfil en forma de sombrero, viene a la mente de quien escribe esto el peso tajante de un objeto. Había olvidado que los libros son también cuerpos. Ya de niño había oteado en antiguos grimorios y en enciclopedias decimonónicas, esa presencia rotunda de la existencia. Un libro no se juzga por la portada, pero indefectiblemente ha de juzgarnos a nosotros cuando nos tenga.

Libros de Anagrama, Planeta, Destino, Seix Barral, durante sesenta años nos habíamos acostumbrado a la hegemónica liviandad de los libros de tapa blanda, de esos que un niño puede arrancar con la facilidad de quien juega en sus horas ociosas a deshojar margaritas. Los libros se habían vuelto cuerpos escuálidos, demasiado frágiles como para tener la intención de sobrevivir a sus dueños. Sin embargo esto no siempre fue así. Durante milenios hubo la intención que los libros estuviesen preparados a enfrentar los siglos.

Para sus creadores, los libros no eran otra cosa que cartas echadas al mar del tiempo en busca de su lector predestinado. Se hacían los libros con tan afán de permanecer que sobreviviesen a desastres naturales y conflictos políticos. Salvo el fuego o el agua, o acaso también las manos de un censor, todo lo demás en la vida de un libro se podía sobrellevar. Por sobre todas las cosas el libro debía sobrevivir, tanto o más que una casa, y por supuesto más que su autor. Y que bueno es saber que existe alguien que ama tanto a los libros, que quiso al suyo tanto como se quiere a un hijo. Podemos decir que al poco de nacer Cristóbal, este goza de buena salud y promete una muy larga y saludable vida. Y algo que puede durar, ya de por sí es bello. Como escribe Gabriel: «Pues la belleza existe más allá de la razón».

«Cristóbal» fue publicada en Londres por York Tower Press en mayo de 2024. La próxima presentación programada se realizará en Londres en octubre de este año. Dedicado a todos los lectores que saben que el amor vence a la muerte.

Articulo escrito por: Alejandro Herrera

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